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miércoles, 17 de enero de 2007

La Atlanta

LA ATLANTA






Pocos años después de la desaparición de los marinos del Mary Celeste, ocurrió otro hecho desconcertante en el área de las Azores. A fines de abril de 1880, el almirantazgo inglés se hallaba preocupado. Desde principios de año, ninguna noticia se había recibido del barco de entrenamiento Atlanta, con más de 300 cadetes a bordo.
Después de buscarlo durante una semana, el vapor Salams no había reportado ninguna novedad. El viaje de la Atlanta se había iniciado en enero, para hacer la travesía de las Bermudas a Inglaterra, como parte del entrenamiento de sus cadetes. Aunque el viaje era largo, tenían proyectado arribar a Portsmouth el primero de marzo, por lo que el retraso de casi dos meses hacía pensar en algún desastre. Para hacer dicho viaje, el Atlanta debía pasar por las inmediaciones de las Azores.












La primera esperanza provino del buque de guerra Avon, también de la Marina Real, que reportó haber observado restos de algún naufragio en las cercanías de las Azores. La identificación de los restos no había sido posible. Pero de nuevo, la búsqueda posterior fue infructuosa; no había ni sobrevivientes ni resto alguno del naufragio. Simplemente no había rastro.
Toda una serie de supuestos mensajes de los sobrevivientes fueron probados fraudulentos. Pero entre ellos, hubo dos dignos de tomarse en cuenta. El más significativo fue recibido de las aguas de la bahía de Boston, en Norteamérica. Escrito en una hoja de agenda de bolsillo, tenía garrapateado el siguiente texto, obviamente escrito en premura:
"Abril 18 de 1880: buque de entrenamiento Atlanta. Nos estamos hundiendo en la longitud 27, latitud 32; quien quiera que encuentre el mensaje, que lo de a conocer... John L. Hutchings." Auténtico o no, el mensaje es importante por un detalle: la posición. Esa posición está muy cercana al lugar donde fue encontrado el Mary Celeste había sido localizado sin tripulantes. Sin embargo, la autenticidad de este mensaje nunca se constató; pues no se sabía a ciencia cierta si existía a bordo alguien con apellido Hutchings. La zona prohibida había engullido otro navío, con más de 300 personas a bordo.




Poco más de un año después de la desaparición del Atlanta, el 20 de agosto de 1881, la tripulación del buque Ellen Austin avistó a la distancia una goleta que aparentemente iba a la deriva. El lugar era la faja de mar media entre las Bahamas y las Bermudas. El capitán Baker, del Ellen Austin, ordenó hacer señales. Como no hubo respuesta ni señales de vida, hizo varios disparos al aire para llamar la atención. Nada ocurrió. Entonces decidió ir el mismo en compañía de cuatro hombres a explorar. Al acercarse el primer detalle que llamó su atención fue la ausencia de nombre en el casco. Aparentemente la placa con su nombre había sido arrancada. Grito llamando a la tripulación, y nuevamente no hubo respuesta. Una vez a bordo, se dedicaron a explorar la cubierta. No había averías ni vías de agua. Todo estaba en orden y, en la bodega, una gran carga de maderas finas aguardaba intacta. En esa época era muy común el acarreo marítimo de caoba y cedro desde América Central a Europa. Probablemente se trataba de uno de esos buques.
¿Y la tripulación? El capitán pensó en un motín. Pero no había huellas de violencia y todo mundo había desaparecido. ¿Por qué desperdiciar tan preciosa carga? El motivo de la desaparición poco importó al capitán. De inmediato organizó una nueva tripulación con sus hombres y, pensando en la recompensa, decidió continuar el viaje. Los primeros días navegaron ambas naves a la par, a menudo tan cercanos un buque del otro, que sus tripulantes conversaban de borda a borda.
Al final del segundo día los alcanzó una tormenta que duró toda la noche. La lluvia era tan fuerte que por momentos el Ellen Austin perdía de vista a su compañero.
Al amanecer el día era precioso. Bajo un cielo azul, libre de nubes, el Ellen Austin se encontraba en aguas sumamente tranquilas... pero en completa soledad.




El barco sin nombre había desaparecido del horizonte. Alarmado, el capitán Baker se dio a la tarea de localizar la goleta -o sus restos en caso de naufragio- con la ayuda de un telescopio. Pero ni él ni el vigía descubrieron rastros de la goleta. Por fin al tercer día de buscarla, el vigía observó en el horizonte lo que parecía ser la goleta perdida. El curso del Ellen Austin cambio de inmediato para ir al encuentro del navío.
Al reducirse la distancia, el capitán Baker reconoció la goleta, con ayuda de su catalejo; pero extrañamente no fue capaz de descubrir a sus hombres en ella. La nave parecía ir sin rumbo, llevada tan solo por las corrientes marinas. Cuando por fin pudieron abordarla, no encontraron a nadie a bordo... De nuevo la nave estaba completamente abandonada y, por añadidura, el libro de bitácora había desaparecido. Todo lo demás parecía no haber sido tocado por la nueva tripulación... !Ni siquiera los comestibles! Las lamparas que quemaban aceite, estaban completamente agotadas: habían ardido día y noche sin control. ¿Qué había sucedido esta vez?


Ante la imposibilidad de resolver el misterio, el capitán ordenó formar una nueva tripulación. A pesar de la renuencia de sus marinos, éstos estaban de nuevo sobre el navío y las dos goletas reanudaban su curso.
La orden era bien clara esta vez: no separarse del Ellen Austin por ningún motivo. Además, contaba con un bote salvavidas para cualquier emergencia. Ante cualquier hecho fuera de lo común o alguna señal de peligro, los marino tenían orden de abandonar la goleta.
Todo marchó a la perfección durante los siguientes dos días. Después una ligera llovizna comenzó a caer y una espesa neblina los empezó a cubrir. Las goletas siguieron manteniendose literalmente borda a borda. Pero el capitán Beker empezó a notar que la otra goleta poco a poco se iba quedando a la zaga. En un principio el hecho no le pareció extraño, pues la velocidad del viento había disminuido notablemente. Sin embargo, al entrar a un banco de niebla sumamente denso, la perdieron de vista por completo. Como el tiempo transcurría y en el Ellen Austin nadie veía a la otra goleta, decidieron regresar al punto donde la vieron por última vez.

La niebla impedía ver a más de 500 metros, pero las luces del barco eran visibles. Según cálculos del capitán Baker, entre ambas naves no mediaba mayor distancia.
Pero la goleta no apareció. La búsqueda se prolongó hasta que la niebla se disipó, pero ni aún así fue posible encontrarla. Se hicieron disparos, la señal convenida y la sirena del buque rasgó los aires, en un intento por localizar a sus hombres. Por todo repuesta, un silencio espectral reinaba en el ambiente...
El capitán se negaba a dar por perdida a su tripulación; pero ya nunca más fue encontrada. ¿Qué o quién le había arrebatado a sus hombres? Casi enfrente del Ellen Austin, la goleta misteriosa había desaparecido en el más completo silencio. Cuatro hombres armados se habían desvanecido, al igual que las anteriores tripulaciones.

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